domingo, 18 de junio de 2017

JOSUÉ. INTRODUCCIÓN. EL PROBLEMA ÉTICO.

¿Cómo se justifica la invasión de territorios ajenos, la conquista por la fuerza, la matanza de reyes y poblaciones, que el narrador parece conmemorar con gozo exultante?

Alguien responde que no hubo tal conquista violenta ni tales matanzas colectivas; los israelitas pacíficamente infiltrados, se defendieron, quizá excesivamente, cuando fueron agredidos por los reyezuelos locales con los cuales convivían. Pero, si los hechos fueron más pacíficos que violentos, ¿por qué contarlos de esa manera?, ¿por qué aureolar a Josué con un cero de sangre inocente? Por si fuera poco, todo es atribuido a Dios, que da las órdenes y aiste a la ejecución. ¿En qué sentido es Yhwh un Dios liberador? Hay un territorio pacíficamente habitado y cultivado por los cananeos; ¿con qué derecho se apoderan de él los israelitas, desalojando a sus dueños por la fuerza? La respuesta del libro es que su Dios se lo entrega. Lo cual hace aún más difícil la lectura.

Ya los antiguos sintieron de algún modo el problema. Y responden que aquellas poblaciones son castigadas por sus pecados, se han hecho indignas de seguir ocupando el territorio: Gn 15,16 lo dice como profecía, Lv 18,24 lo incorpora a la legislación. Sab 12,1-12 lo discute con más amplitud, apelando a la soberanía divina y al principio de retribución.

Añadamos una reflexión por nuestra cuenta. La posesión de un territorio, la soberanía sobre él, ¿está siempre garantizada y justificada, prescindiendo de razones éticas? Por razones de ecología y de humanidad, ¿será legítimo en algun caso desposeer a una sociedad de su derecho originariamente legítimo, actualmente abdicado? La ley retira a veces a los padres la patria potestad sobre los hijos. Pero ¿quién tiene autoridad para juzgar y ejecutar? Humanamente sería una instancia supranacional reconocida. Para la mirada trascendente, Dios tiene dicha autoridad. Y ¿cómo ejecuta sus sentencias? Muchas veces dejando actuar la dialéctica de la historia; aceptando, aunque no justificando, la ejecución humana torpe de un designio superior. Abribuirle a Dios la ejecución es como si dijéramos que "estaba de Dios".

Ni este relato de la conquista ni la historia Deuteronomista son la última palabra. El pueblo de Israel es escogido por Dios en el estadio cultural en que se encuentra y es conducido por un proceso de maduración. Por encima del yehosua de este libro está el yehosua de Nazaret, que pronuncia y es la última palabra, porque es la primera.

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