domingo, 18 de junio de 2017

JOSUÉ. INTRODUCCIÓN. MARCO HISTÓRICO.

Si aceptamos como hipótesis la historicidad básica, parece que la época en que mejor encaja el movimiento de los israelitas es el siglo XIII. La breve exposición que sigue no es un argumento a favor de la historicidad, sino un simple marco donde encajar razonablemente los relatos y los sucesos.

Hacia la mitad del siglo XIII a. C., el Medio Oriente, donde pulsaba y crecía la cultura humana, había llegado a un equilibrio de fuerzas organizado en un triángulo geográfico: Mesopotamia, Egipto, Asia Menor. En Mesopotamia tocaba el turno al joven imperio asirio, que había logrado someter al rival meridional, Babilonia; en Asia Menor imperaban los heteos o hititas, en la segunda y última etapa de su reino; en Egipto culminaba la dinastía de los Ramésidas, con el segundo de su nombre. Tukulti Ninurta I, Hattusilis III y Ramsés II eran los soberanos.

¿No hará falta abrir el triángulo y convertirlo en cuadrilátero? Si nos movemos del Oriente Medio hacia Occidente, recordamos que la cultura no termina en los puertos fenicios y en el Delta del Nilo. En el Mediterráneo oriental, al imperio marítimo y comercial de la Creta Minoica había sucedido el nuevo imperio marítimo y comercial de los micenios, los griegos que recuerdan la Ilíada y la Odisea. Este imperio, que podemos llamar occidental, mantenía un cierto equilibrio de intereses y bastantes relaciones con los heteos del Asia Menor.

La franja costera, Siria y Palestina, era, como de costumbre, un larguísimo puente de comunicación, disputado por Egipto y Asia. El Río de Perro (Nahr el Kelb, cerca de la actual Beirut) señalaba la frontera de Egipto, hasta que Ramsés osó cruzarla y tuvo que enfrentarse con el heteo Muwatallis, en Cades junto al Orontes. La batalla quedó indecisa, y unos años después se firma un pacto que sella un matrimonio real. La cancillería de la capital hetea (desenterrada en Bogazkoy) da constancia de una serie de pactos con otros monacas o vasallos.

El equilibrio de los imperios estaba amenazado, y su decadencia se precipitó en la segunda mitad del siglo XIII. El triángulo tenía tres vértices firmes, pero sus lados no eran sólidos, porque se abrían a la inundación del desierto, fecundo en hombres; mientras que el imperio de islas en torno a la península griega era un trampolín diseminado, que convertía el Mediterráneo oriental en aguas vadeables.

De pronto, no sabemos exactamente cuándo ni por qué ley misteriosa de la  historia, dos zonas humanas remotas entre sí y alejadas de la cultura comienzan a moverse y a propagar el movimiento. Como dos lagos tranquilos que reciben dos fuertes impactos dsde el fondo ignoto. En Occidente los ilirios de Europa central, con los dorios y los frigios de los Balcanes; en Oriente, grupos nómadas que ostentan el denominador común de arameos. Cuando las ondas concéntricas empujadas desde los dos focos se encuentren, la inundación habrá cubierto el triángulo de los imperios.

Ilirios, dorios y frigios avanzan, se les suman otros pueblos, derrumban el imperio micénico, expulsan y empujan a otros pueblos, sículos, etruscos, dánaos... Estos últimos se arrojan al mar en busca de nuevas tierras habitables. Son los llamados "Pueblos del mar", presentes ya como mercenarios en la batalla de Cades (Sardana, Pelashat, Dardana), aludidos quizá en la Odisea (canto XIV), esculpidos en el templo de Medinet Habú; el comentario a las escenas de los relieves habla de los filisteos, Tjeker (¿Teucros?), Shekelesh (¿Sículos?), Denyen (¿Dánaos?). Estos pueblos destruyeron los emporios de las costas mediterráneas orientales y se instalaron en algunos de ellos. A esta época pertenece la conquista de Troya que cantó Homero.

Por el otro lado el desierto empuja sus tribus nómadas, como el viento las dunas. Por todas partes se infiltran estas tribus, de movimientos flexibles, para saquear o en busca de una vida sedentaria, fja y segura. Ya habían turbado las vías comerciales entre babilonios y heteos en tiempo de Hattusilis III. Hostigan a los asirios, vuelven a penetrar en Babilonia, hacen presión hacia la costa, y fundan una serie de reinos menores remansándose en esas playas del desierto, donde la arena comienza a ceder al agua y al verde: Alepo, Jamat, Damasco.

Las dos olas concéntricas se han juntado. ¿Dónde queda el armonioso triángulo de los imperios? Los heteos sucumben como nación y dispersan sus hombres en pequeñas colonias de exiliados; el último rey conocido lleva sólo un nombre glorioso, Supiluliuma II; hacia 1200 el imperio heteo ha dejado de existir. El imperio asirio comienza a decaer al final del reinado del impetuoso Tukulti-Ninurta (a finales del XIII). Y un siglo más tarde Tiglat Piléser I no logra restituir su poderío. El trono de Egipto va añadiendo números a los monarcas ramésidas y quitándoles fuerza y esplendor. En Asiria queda latente el ideal de un dominio universal; en Babilonia y Egipto queda el rescoldo de antiguas glorias, que un día podrá encender y arder. Pero por ahora el triángulo ha sido sepultado, y sucede una especie de vacío.

Es también el tiempo en que fermenta una nueva cultura. La Edad del Hierro va sucediendo a la del Bronce; la lengua aramea se va extendiendo y ganando prestigio.

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