domingo, 18 de junio de 2017

JOSUÉ Y JUECES. INTRODUCCIÓN. PRINCIPIOS.

Como los materiales previamente elaborados tienden a fragmentar y disgregar la unidad, hacía falta atenerse a algunos principios para componer unitariamente la obra. Impera el principio teológico: un Dios y un pueblo suyo, y sus relaciones a lo largo de la historia.

Dios es el protagonista: unas veces discreto, entre bastidores; otras veces espectacular, "con signos y prodigios". En particular con su palabra. Sea institucional, que instaura un orden estable, sea coyuntural, que da instrucciones para una situación concreta. O sea, alianza renovada (Js 24; 2 Re 11,17; 23,3) y palabra profética.

Dios actúa en la historia en un pueblo y por un pueblo. No mueve marionetas, sino que engrana la libertad y responsabilidad del pueblo con sus dirigentes. Como el pueblo es reponsable directamente al Señor, en virtud de compromisos formales, incurre en un proceso que llamamos de retribución. El Señor puede retribuir dejando que se desarrolle la dialéctica de la historia, o de forma extraordinaria y patente. Lo había anunciado, y ha sucedido; lo había prometido, y lo ha cumplido; lo había amenazado, y lo ha ejecutado. Si el don de la tierra es cumplimiento de una promesa, la pérdida es ejecución de una amenaza. Ese diseño se repite a escala mayor o menor, colectiva o individual.

Una historia así compuesta glorifica al Señor por los beneficios otrogados y lo justifica con los castigos infligidos. Las mallas de la red se tensan cuando toma la palabra el Deuteronomista (2 Re 17); se aflojan cuando cede la palabra a relatos más antiguos. El libro de los Jueces es una excelente ilustración.

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